Los primeros miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días vinieron de muchos países y no compartían un idioma común. Como toda esta gente se reunió al Oeste (primeramente por el valle del Gran Lago Salado), los líderes de la Iglesia se enfrentaron a un problema: cómo comunicarse efectivamente con un grupo de individuos tan diverso.